viernes, mayo 26, 2006

Los callados

Bruno Marcos
Contaba Sánchez Dragó que fue enviado para sustituir a un profesor a un instituto en el que era docente Gerardo Diego, sumamente excitado debió entrar en la sala de profesores esperando tratar a uno de los mitos vivientes de la generación del 27, y cuán grande debió ser su desilusión al descubrir a un señor mayor, al fondo de la estancia, hierático e inexpresivo, con el que no cruzaría ni media palabra.
Como ya apunté en mis comentarios a mí mismo, oí decir a Andrés Amorós que Don Benito el garbancero era una esfinge, que casi no decía palabras, que incluso, en el parlamento, a donde se supone se va a parlar, él hacía de trapense. Muy de vez en cuando abría el pico y exclamaba: “¡Cuánto misterio!”.
No es que yo quiera afiliarme a tan ilustre genealogía pero me llama la atención esa coincidencia de que personajes que en el trato parecieron callados, silenciosos, reservados, produjeran tan grandes discursos.
La reacción más inmediata es la de pensar que estas psicologías para compensar su silencio se valgan de otros medios más indirectos, pero eso justificaría que usasen las cartas, por ejemplo, pero no que construyeran tan magnas obras. ¡Tanta necesidad de compensación se revela absurda!
Yo creo más bien que se debe a una fe inmensa en la palabra, un respeto casi religioso por ella. Quien la ha usado para producir belleza o significación se torna reacio a tratarla sin más ni más para las cosas cotidianas sintiendo interiormente que si lo hace sería como utilizar joyas para impermeabilizar letrinas.
Recuerdo que de pequeño me era imposible pronunciar palabrotas, mi lengua estaba amputada para orquestar esa fuerza verbal que, en muchos casos, resolvía situaciones. Yo, no sólo porque en mi casa no se dijeran sino porque era creyente del poder sacro de las palabras, no podía practicar con los tacos.
Me sorprende la gente que cree tanto en la oralidad, Sócrates incluido, quienes adoramos la escritura desconfiamos del habla. Quod scripsi, scripsi, dijo Pilatos, Quien mucho habla mucho peca apunta Larsen citando a San Juan de la Cruz, Casi siempre usamos las palabras para decir lo contrario de lo que pensamos esgrimen los trapenses.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me ha gustado esta reinvindicación clásica del silencio como el templo sagrado de la palabra.Hay que mandar este artículo a Manzaneda del Torío.

junio 01, 2006 12:25 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Me acuerdo ahora de las palabras sabias de la alumna Gitana M.:"Bruno no fuiste antes monje?".
Algo intuía en tus pocas palabras y mucho silencio.

junio 01, 2006 12:31 p. m.  

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